¿Tengo vocación?
Siete pasos para el discernimiento vocacional.
Fernando Torre, Misionero del Espíritu Santo.
Uno de los grandes retos que debes enfrentar en tu vida es el de encontrar tu lugar en la sociedad y en la Iglesia.
A ti, que buscas tu vocación, estos siete pasos te pueden ayudar a discernir el proyecto que Dios Padre tiene para ti.
Aunque aquí se habla de las vocaciones consagradas (en la vida religiosa, en el sacerdocio…), el proceso descrito puede aplicarse en la elección de cualquier estado de vida o profesión.
Señor, ¿qué quieres que haga? (Hch 22,10).
La vocación no es algo que tú inventas, es un tesoro que encuentras. No es el plan que tú elaboras para tu vida, sino el proyecto que Dios-Trinidad te propone y te invita a realizar. No es principalmente una decisión que tú tomas, sino un regalo que recibes, una llamada a la que respondes.
Para descubrir lo que Dios quiere de ti, haz oración. Eso hicieron Samuel (1S 3,10), Ezequiel (Ez 2,1–3,11), Jesús de Nazaret (Lc 3,21), María Magdalena (Jn 20,17), Pablo de Tarso (Hch 9,11)…
En la oración podrás encontrar a Jesucristo y experimentar su amor; el Espíritu Santo afinará tu oído para que puedas escuchar, y te dará fortaleza y audacia para responder.
En el diálogo con Jesús podrás oír su voz que te llama: «ven y sígueme» (Mc 10,21); o bien, escucharás que te dice: «vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti» (Lc 8,39).
No basta con que ocasionalmente te acuerdes de Dios y le pidas que te ilumine, es necesario que dediques momentos formales a la oración. Puedes orar diariamente (al menos unos quince minutos), tomar un día de retiro o hacer unos ejercicios espirituales.
La oración, además de ser el primer paso del proceso de búsqueda, es un ejercicio que deberá estar presente a lo largo de todo tu discernimiento vocacional.
Al dar este paso podrás decir: «Me fascina Jesucristo». «Quiero encontrar la voluntad de Dios para mí». «Quiero realizar su proyecto».
2. Percepción
Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo hacía esfuerzos por ahogarlo, no podía (Jr 20,9).
Para descubrir lo que Dios quiere de ti, necesitas hacer silencio exterior e interior, pues el ruido te impide percibir.
Percibe tus sentimientos, pensamientos, preocupaciones, deseos. Escucha tanto a las personas que aprueban tu inquietud como a quienes la critican. Mira a los hombres y mujeres que te rodean: ¿qué te suscitan su tristeza, su dolor, su pobreza, su necesidad de Dios?
Ve tu historia: ¿Por cuál camino te ha llevado el Espíritu Santo? ¿Cuáles han sido los hechos más importantes de tu vida? ¿Qué personas han sido significativas para ti?, ¿por qué? Toma conciencia de tu presente: ¿Con quién te relacionas? ¿En qué inviertes tu tiempo? ¿Qué te hace feliz hoy? ¿Cómo es tu relación con Jesucristo? Contempla el futuro: ¿Cómo te imaginas dentro de diez años? ¿Qué experimentas al pensar en la posibilidad de consagrar tu vida a Dios? Tienes sólo una vida, ¿dónde quieres jugártela?
Con la ayuda de tu director/a espiritual, discierne cuidadosamente si tu inquietud es signo de un auténtico llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, o más bien es manifestación de que Dios quiere que intensifiques tu vida cristiana como laico/a.
Al dar este paso podrás decir: «Intuyo que el Espíritu Santo quiere algo especial de mí». «Siento la inquietud de consagrar mi vida a Dios y de colaborar con Jesucristo en la salvación del mundo».
3. Información
Observen ustedes cómo es el país y sus habitantes, cómo son las ciudades que habitan, cómo es la tierra (Nm 13,18-20).
Los caminos para realizar la vocación consagrada son múltiples. Querer entregar tu vida a Dios y desear dedicarte a la construcción del Reino es necesario, pero insuficiente; debes, además, saber dónde quiere Dios que tú lo sirvas.
Para descubrir tu lugar en la Iglesia es conveniente que conozcas las diversas vocaciones. Investiga cuál es la espiritualidad que viven las diferentes congregaciones religiosas o los institutos seculares. Visítalos y ve cómo viven: una orden contemplativa es diferente de una sociedad de vida apostólica. Averigua cuál es su misión y por qué medios la realizan: enseñanza, hospitales, oración, dirección espiritual, misiones, promoción vocacional, medios de comunicación, parroquias… Pregunta quiénes son los principales destinatarios de su apostolado: jóvenes, pobres, sacerdotes, enfermos, niños, seminarios, indígenas, ancianos…
Aunque ordinariamente cuando se experimenta la inquietud vocacional se siente también el atractivo por una vocación específica, es conveniente que dediques algunas horas a informarte más a fondo sobre esa vocación y sobre las otras.
Al dar este paso podrás decir: «Me atrae la espiritualidad, el estilo de vida y el apostolado de este instituto». «Posiblemente Dios me está llamando a consagrarle mi vida o a ingresar al seminario».
4. Reflexión
Si uno de ustedes quiere construir una torre ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? (Lc 14,28).
La vocación es una empresa muy grande, y es para toda la vida. Por eso, para lanzarte, debes antes haber reflexionado seriamente sobre ti y sobre el estilo de vida que pretendes abrazar.
Analiza tus capacidades y limitaciones. Piensa si podrás vivir las exigencias que implica la vocación —contando, desde luego, con la gracia del Espíritu Santo—. ¿En qué te basas para pensar que Dios te llama? ¿Qué razones a favor y en contra tienes para emprender ese camino? ¿Qué circunstancias o personas pueden favorecer o dificultar tu respuesta? ¿Qué te atrae de ese estado de vida y qué te disgusta?
Dios te pide que te comprometas responsablemente en el discernimiento de tu vocación. Quiere que utilices tu sensibilidad espiritual y tu inteligencia para buscar su voluntad. Con la luz del Espíritu Santo podrás encontrar lo que Dios Padre quiere de ti.
No creas que llegarás a tener certeza absoluta de lo que Dios quiere de ti, algo así como tener un contrato firmado por él. Lo que encontrarás serán signos, a través de los cuales Dios te revela el proyecto que tiene para ti. Al interpretar esos signos podrás tener seguridad de su llamado.
Al dar este paso podrás decir: «Jesucristo me llama a seguirlo. Con la fuerza del Espíritu Santo, podré responder».
5. Decisión
Te seguiré vayas adonde vayas (Lc 9,57).Habiendo descubierto lo que Dios quiere de ti, decídete a realizarlo.
Tomar tal decisión es difícil. Sentirás miedo. Tus limitaciones te parecerán montañas. El mismo profeta Jeremías, al conocer lo que Dios quería de él, dijo excusándose: «¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho» (Jr 1,6). Sin embargo, consciente de tus limitaciones y confiando en la gracia de Dios, responde como Isaías: «Aquí estoy, Señor, ¡envíame!» (Is 6,8), o como María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
Decir el “sí” con el cual comprometes toda tu vida es una gracia. Pídele al Espíritu Santo que te dé esa capacidad de respuesta. Evadir la decisión equivale a desperdiciar tu vida.
Para comenzar el camino vocacional, no te esperes a tener la certeza absoluta del llamado de Dios (“el contrato firmado”). La decisión es un paso en la fe, un acto de confianza en tu amigo Jesús.
Al decidirte a seguir radicalmente a Jesucristo es normal que tengas dudas de si podrás con las exigencias o si llegarás al final; pero no puedes dudar que tú, libremente, tomaste la decisión de seguirlo.
Al dar este paso podrás decir: «Quiero responder a la llamada de Jesucristo». «Quiero consagrar mi vida a Dios en este instituto». «Quiero ser sacerdote».
6. Acción
Jesús los llamó. Y ellos inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron (Mt 4,21-22).Una vez tomada la decisión, ¡lánzate! No te dejes vencer por el miedo, lánzate con todo y miedo. Pon los medios necesarios para realizar lo que has decidido. Resiste a la tentación de posponer tu ingreso en una casa de formación: «Te seguiré, Señor; pero déjame primero…» (Lc 9,61).
Entrar al seminario o al postulantado es el principio de un camino, pero aún no es el compromiso definitivo —como la ordenación sacerdotal o la profesión perpetua—. Los años de formación son también tiempo de discernimiento. Si vives con generosidad todo lo que se te proponga, y eres transparente con los/as formadores/as, Dios te irá aclarando si, de veras, esa es tu vocación o no; y te dará su gracia para asumir el compromiso definitivo o para continuar tu vida cristiana como laico/a.
Jesús te dice: «El que quiera acompañarme, que renuncie a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga» (Lc 9,23). El camino vocacional es difícil, más de lo que crees: prepárate para la lucha. El sendero es espinoso y a veces oscuro. Sé valiente y confía; María te acompaña y el Espíritu Santo te fortalece para que puedas recorrerlo.
Por otro lado, consagrar totalmente tu vida a Dios y dedicarte por completo al servicio de los demás es muy bello, más de lo que te imaginas: prepárate para gozar y ser feliz.
Al dar este paso podrás decir, como Pedro: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28).
La dirección espiritual no es, en realidad, un paso más en el proceso de discernimiento vocacional; es un recurso que puedes aprovechar en cada uno de los pasos anteriores.
Tu director/a espiritual o promotor/a vocacional te motivará a orar y a percibir los signos de la voluntad del Padre; te indicará dónde obtener información y te ayudará a reflexionar. En el momento de la decisión te dejará solo/a, para que tú, frente a Jesús, libremente respondas a su llamado. Te ayudará a prepararte convenientemente para ingresar en una casa de formación.
Después de cada encuentro con tu director/a espiritual podrás decir: «Tengo más luz sobre mi persona y mi proceso vocacional». «Me siento confirmado/a en mi discernimiento». «La Iglesia me acompaña en la búsqueda de la voluntad de Dios».